lunes, 14 de noviembre de 2011

El dia que nunca llega

7th Entrada final.
“Tenía miedo. Me estaban apuntando a la cabeza con una pistola. Simplemente cerré los ojos esperando que todo termine, pero al mismo tiempo me sentía decepcionado. Había llegado tan lejos para al final morir en la línea.”

Sweet dreams” (dulces sueños). Fueron las palabras que escuché del soldado norteamericano que me estaba apuntando a la cabeza. Estaba por apretar el gatillo cuando de pronto; una alarma alertó a todos los soldados que se encontraban allí. No sabía qué estaba pasando pero el soldado que estaba frente a mí, simplemente me pateó dejándome con vida.

Posteriormente, otro soldado me llevó a un enorme campo donde se encontraban cientos de prisioneros, obligados a hacer diversas labores. El soldado me aventó y me dijo: “Ahora cava o te mueres”.

Obedecí sus ordenes para no pertenecer al montón de cadáveres que estaban apilando en una esquina. En verdad eran tan sanguinarios los norteamericanos, pues en el tiempo que transcurrí ahí, nunca había presenciado tanta violencia y crueldad en toda mi vida. Veía como eran sometidas las personas, sin importar género, edad o religión. Las mujeres eran obligadas a construir trincheras, preparar el alimento y limpiar los desechos; los niños eran usados para practicar la puntería como tiro al blanco y también ayudaban a las mujeres; los hombres eran utilizados en el frente de batalla como carnada para enemigos. En verdad era tan deshumano el comportamiento de los soldados.

Si quería seguir con vida, tenía que hacer lo que me ordenaban. Al principio pensaba que ya no servía de nada seguir con vida, pero algo en mi interior me animaba a seguir adelante, a mantenerme un poco más con vida, así que obedecí todas las ordenes. Después de haber cavado por varias horas, vi a lo lejos la silueta de una mujer agotada por el trabajo y me acerque a ella lentamente. “No puede ser. se parece a mi madre”. Fue lo que dije al caminar hacia ella. Alzo la mirada y me vio a los ojos; de inmediato supe que era mi madre. No pude ocultar mi júbilo al reencontrarme con ella. La abracé fuertemente como si no hubiera otro día para hacerlo. Por un momento había recuperado la esperanza, pues estaba de nuevo con mi madre y no me importaba lo que pasara por que al final estaba a su lado.

“Te prometo que te sacaré de aquí”, fue lo que le dije al verla llorar inconsolablemente. No soportaba ver sufrir así a mi madre. Le prometí algo casi imposible: salir de ahí con vida. Yo mismo sabía que era un verdadero milagro, pero mientras más pensaba en nuestra libertad, más ganas me daban de seguir adelante. Al fin y al cabo, la esperanza es lo último que muere. Así que le prometí que veríamos aquel día donde el sol brillara de nuevo, donde la violencia será solo un recuerdo, en donde el amor ocupara un lugar en nosotros en cada instante.

“Fe”. Es lo último que me queda ahora. Simplemente esperar un milagro, cuando de pronto apareció…
Eran las tres de la madrugada cuando se escuchó una tremenda balacera en las afueras. No sabía lo que estaba pasando, pero ya no quería permanecer ni un minuto más en este campo de concentración. Así que en un descuido del soldado que nos vigilaba, durante una fuerte explosión, tome su arma y le apunte. Pero de inmediato, él desenfundo una pistola y me apunto. Estaba muy nervioso, no quería matar a otra persona, pero en esta ocasión
era matar o morir.

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